A mediados de 1984, el montevideano Jorge Gallas se manifestaba asombrado por el tipo de problemas que podía resolver la tecnología.
Es que desde hacía algún tiempo su viejo perro estaba deprimido porque sus ladridos se habían debilitado y ya no asustaban a nadie.
¿Qué hizo entonces Jorge? Instaló en la perrera un micrófono conectado a un amplificador. Eso cambió todo. Los ladridos de su perro sonaron otra vez con fuerza, y volvieron a ser temidos y respetados. El animalito se sitió nuevamente feliz.
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