Según alguna vez relató D. J. J., estaba pasando la familia por una situación dolorosa por haberse extraviado su perrito. Lo buscaron por todo el vecindario sin éxito, por lo que decidieron poner un aviso en el periódico.
Temprano en la mañana siguiente sonó el teléfono y nuestra amiga corrió presurosa a atenderlo.
Era alguien, una mujer, que dijo llamar por haber leído lo del perrito perdido. Luego le explicó que estaba bastante enferma, y que no se sentía bien desde la muerte de su esposo. Que también habían fallecido recientemente su padre y su madre, y que su hermana tenía una enfermedad terminal.
Sin que D. J. J. pudiera interrumpirla, le narró algunos detalles de los entierros de amigos que habían muerto el año anterior.
Una vez que terminó la enumeración de las desgracias por las que había pasado, hizo una pausa, que nuestra amiga aprovechó para decirle que sentía mucho todo lo que había sufrido por tantas pérdidas y males en su familia. Aprovechó entonces para preguntarle qué sabía de su perro perdido.
- No sé... - dijo la mujer. - Yo no lo tengo. Solamente llamé para consolarla.
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